jueves, 2 de junio de 2011

"INTRUDUCCIÒN A LOS SERMONES DE JOHN WESLEY"

El señor Juan Wesley predicó este sermón ante la Universidad de Oxford el 11 de junio de 1738, diez y ocho días después de haber te­nido la conciencia de una nueva vida. Consiste de tres partes: la defini­ción de la fe, definición de la salvación y contestaciones a las objecio­nes.

Durante muchos años había estado el señor Wesley tratando de ob­tener la salvación por medio de las obras de la ley; mas no pudiendo, a pesar de sus esfuerzos para conseguir su santidad por la oración, el ayuno y la práctica de buenas obras, encontrar la perla de gran precio, por último lo convenció Pedro Boehler, el moravo, de que la salvación viene por la fe y cuando el alma pone toda su confianza en Cristo el Sal­vador. Como este sermón fue el resultado de su conversión, nos ha parecido conveniente dar su experiencia en sus propias palabras:

“Al día siguiente, pues, vinieron Pedro Boehler y otras tres perso­nas, todos los que testificaron con su propia experiencia: que la fe viva en Cristo y la conciencia de estar perdonado de todos los pecados pasa­dos, y libre de transgresiones en la actualidad, son dos cosas insepara­bles. Añadieron unánimes que esta fe es el don, el don libre de Dios, quien indudablemente la concede a todas las almas que con fervor y per­severancia la buscan. Estando plenamente convencido, me resolví a buscar este don, con la ayuda de Dios, hasta encontrarlo, por los siguientes me­dios: (1) Negándome enteramente a confiar en mis propias obras, en las que, sin saberlo y desde mi juventud, había yo basado la esperanza de mi salvación. (2) Proponiéndome añadir constantemente a los medios usuales de gracia, la oración continua para conseguir esta gracia que jus­tifica; plena confianza en la sangre de Cristo derramada por mí; esperanza en El; como que es mi Salvador, mi única justificación, santificación y redención.
“Continué, pues, buscando este don, si bien con indiferencia, pereza y frialdad y cayendo frecuentemente y más que de ordinario en el pe­cado, hasta el viernes 24 de mayo. Como a las cinco de la mañana de ese día, abrí mi Testamento y encontré estas palabras: ‘Nos son dadas pre­ciosas y grandísimas promesas, para que por ellas fueseis hechos parti­cipantes de la naturaleza divina’ (II Pedro 1:4). Antes de salir abrí otra vez mi Testamento y leí, ‘No estás lejos del reino de Dios.’ En la tarde me invitaron a ir a la catedral de San Pablo y oí la antífona: ‘De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo. Señor, oye mi voz; estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica. Jehová, si mirares a los pecados, ¿quién oh Señor podrá mantenerse Empero hay perdón cerca de ti, para que seas temido. Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; en su palabra he esperado. Mi alma espera a Jehová más que los centinelas a la mañana; más que los vigi­lantes a la mañana. Espere Israel a Jehová; porque en Jehová hay misericordia, y abundante redención con él. Y él redimirá a Israel de to­dos sus pecados.’

“Con poca voluntad asistí en la noche a la reunión de una sociedad en la calle de Aldersgate, donde una persona estaba leyendo el prefacio de Lutero sobre la Epístola a los Romanos. Como a un cuarto para las nueve, al estar dicho individuo describiendo el cambio que Dios obra en el corazón por medio de la fe en Cristo, sentí en mi corazón un calor extraño. Experimenté confianza en Cristo y en Cristo solamente, para mi salvación; recibí la seguridad de que El había borrado mis pecados, mis propios pecados y salvádome de la ley del pecado y de la muerte.”

Así fue guiado el señor Wesley, paso a paso, hasta que obtuvo la gran bendición de sentirse perdonado y, habiendo el Espíritu Santo sellado esta verdad en su corazón, se entregó, bajo la divina influencia y por completo, al Señor por medio de su confianza en el Salvador de los hom­bres. Entonces pudo decir: “Su sangre fue por mí derramada; es mí Sal­vador.” A la par que define esta fe en el sermón siguiente describe tam­bién su efecto, que es la salvación. Ilustra esta conciencia de la salva­ción del pecado con su propia experiencia.

“A mi regreso a casa, se me presentaron muchas tentaciones que cuando oré, huyeron, mas para volver repetidas veces. Con la misma fre­cuencia elevaba yo mi alma al Señor, quien ‘me envió ayuda desde su santuario.’ Y en esto encontré la diferencia entre mi anterior condición y la actual: antes me esmeraba y luchaba con todas mis fuerzas, tanto bajo la ley como bajo la gracia y algunas veces, aunque no seguido, per­día; ahora salgo siempre victorioso.”

Cinco días después escribía: “Gozo de paz constante y ni un solo pensamiento intranquilo me asedia; me siento libre del pecado y no ten­go ni un deseo impuro.” Dos días después añade: “Y sin embargo, el miércoles contristé al Espíritu de Dios, no sólo no velando en la ora­ción, sino al hablar con dureza, en lugar de amorosamente, de uno que no está firme en la fe. Inmediatamente Dios escondió su- rostro de mi vista y me sentí atribulado, continuando en esta aflicción hasta la ma­ñana del día siguiente, 1 de junio, cuando al Señor plugo, al estar yo ex­hortando a otro hermano, consolarme.”

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